La exposición Fernando Nuño, 1960-1975 – abstracciones [re]veladas muestra por vez primera cincuenta originales inéditos de época en blanco y negro, positivados por el propio autor y realizados entre 1960-1975, momento en el que Nuño trabaja la fotografía a partir de encargos comerciales de una forma libre, intuitiva e incluso poética: “El menester de reflejar la realidad –o la irrealidad– del mundo con una cámara fotográfica”, declaraba el fotógrafo, “tiene mucho que ver con la poesía”.
Frente al documentalismo e hiperrealismo de los años 70, el trabajo de Nuño (Madrid, 1938- Málaga, 1996) fue calificado de imaginista, en el sentido de que partiendo de la realidad misma que se disponía ante la cámara fotográfica para ser captada, posteriormente ésta era subordinada conceptualmente a la imaginación.
Al margen de sus cuatro grandes series –El Sol (1975), El Fuego, La Vela (1977) y la dedicada al Acueducto de Segovia (1974)–, este conjunto de originales nos ofrece una faceta desconocida del artista reveladora del carácter modular y fundamentalmente abstracto de su fotografía. Nuño encontró en el ideario de la abstracción la única vía posible con la que “velar” la realidad, poder sugerir y transformar una imagen potencialmente en miles de imágenes.
En definitiva, este conjunto de medio centenar de obras recupera para la fotografía española la figura y obra de Fernando Nuño –autor de la icónica imagen de la inauguración del Museo de Arte Abstracto de Cuenca en 1966–, ingresando por derecho propio en la escasa nómina de fotógrafos españoles que trabajaron minoritariamente en la órbita de la abstracción durante las décadas 60 y 70, difundiendo sus trabajos no en el ámbito fotográfico, sino en el marco de los circuitos expositivos e institucionales del arte y del mercado artístico.
Fernando Nuño (Madrid, 1938-Málaga, 1996), puntal de la fotografía española entre mediados de los años cincuenta y finales de los años setenta, confesaba en una entrevista realizada en 1978 ser tan insensato de no sentirse nunca sin dinero: “Si algún día no pudiera hacer algo por falta de él, me suicidaría”. Autodidacta y de carácter excesivo se forja como fotógrafo en las calles, las redacciones, los caminos, los paisajes. Odiaba el laboratorio porque le producía claustrofobia, tanto como los trucos y los retoques de los que no quería oír ni hablar. Le gustaba ir a los bares y trabajar con la gente y estaba convencido de que las revistas fotográficas no conducían a nada, “o te deforman o acabas copiando lo que has visto”. Le chirriaba que llamaran a su fotografía “obra”. Le parecía excesivo, prefería considerarse simplemente un “fotógrafo” que hacía de todo y que creía hacerlo bien: “No me considero muy bueno, me divierto. Yo no soy una persona profunda, pero tengo mis dudas sobre lo bueno y lo malo y no creo en los extremos…, tampoco en UCD”.
No envidiaba a nadie, ni tan siquiera a los grandes como Hamilton, Newton o Hiro, porque siempre había conseguido los medios para hacer lo que quisiera. Sin pelos en la lengua confesaba era mejor deber dos millones que dos mil pesetas, “Y ahora debo dos millones” (1978). Tampoco se consideraba artista pero el mundo del arte despertó su vanidad. También dio alas a una genialidad estrambótica: solo a él se le pudo haber ocurrido realizar una fotografía que hubiera podido convertirse en la fotografía del siglo de haber salido bien: el retrato de Franco moribundo en el lecho del hospital cuya venta pactó por un millón de pesetas al Paris Match. Toda una aventura que le llevó, incluso, hasta Berlín para adquirir una cámara espía con la que realizarla desde el mismo respiradero al que estaba conectado Franco.
Se lanza al vacío como reportero gráfico con apenas 15 años, para muy poco después convertirse en propietario y responsable de la Agencia HENECÉ, S.A., el primer escalón de su trayectoria profesional – pronto entrará, además, en colaboración con la empresa Macua & García-Ramos, de la que irá recibiendo el encargo de numerosos proyectos–. El segundo, la fundación de la Sociedad Española de Fotografía (1968- 1978); una empresa abocada al fracaso por el carácter extremista y megalómano del fotógrafo no por el volumen de trabajo que fue profuso: “Dinero hay mucho, la gente lo tiene y a mí no me importa utilizarlo. Yo pido lo que necesito y luego los acreedores ya cobrarán. Para eso soy muy socialista” (1978).
Bajo el nombre de HENECÉ forja una reputación sobresaliente en el mundo del periodismo gráfico nacional –Arriba, La Gaceta ilustrada, Mundo Hispánico, ABC– e internacional –Paris Match, Life, L´Europeo, Oggi, Kristal, Time– que le lleva a viajar por Europa, América o África así como por toda España, principalmente, como fotógrafo oficial de cabecera de las Jornadas Literarias organizadas por Gaspar Gómez de la Serna, que será el principio de sus amistades con el mundo de la poesía. Comienza así una intensa, fructífera y prometedora carrera profesional dentro del campo gráfico del periodismo, tan estimada como solicitada, que en muy poco tiempo le convierte, con apenas veinte años, en director comercial y redactor gráfico de la Agencia Europa Press (1959-1962), en la que realizará algunos de sus reportajes con mayor repercusión internacional: el reportaje aéreo del Valle de los Caídos (1959), vendido a todo el mundo por Europa Press, que se convirtió en el principio del gran archivo gráfico de la agencia, las fotografías del primer eclipse de sol (1959), publicadas por El Alcázar y para cuya realización necesitó movilizar un “Henkel” del Ministerio del aire o, también, las fotos del terremoto en Agadir (1960), donde Nuño compartía protagonismo y páginas con la Agencia Keystone-Nemes.
Su fotografía va a cambiar pronto casi al ritmo que su aspecto físico: del hombre afeitado y con el pelo hacia atrás pasaría al bigote y el flequillo y, después, a la barba canosa y abundante cabellera. Tras practicar un reportaje gráfico de corte clásico e impecable, básicamente informativo durante la década de los 50, en la década siguiente su fotografía se hará más independiente, creativa y personal. “Yo no creo” explicaba Nuño “en el mensaje o en el fondo o la profundidad psicológica de una fotografía. No hay que complicarse tanto.
Me parece un camelo, el gran camelo de todas las artes. El mensaje sale después de que la obra está acabada, cuando el que la contempla lo pone. El artista hace sus obras lo mejor que puede y ya está. Lo demás es ser un cartelista o un panfletario”.
Desde sus comienzos profesionales, allá por el año 1953, hasta su primera y última retrospectiva donde reúne las cuatro series fotográficas más importantes de toda su carrera –El Sol (1975), El Fuego, La Vela (1977) y la dedicada al Acueducto de Segovia (1974)–, una especie de autohomenaje a sus casi veinticinco años de profesión en la sala de la Dirección de Patrimonio Artístico en 1978–, el fotógrafo desarrolla una interesante y fecunda carrera artística que comienza con la exposición fotográfica en el Ateneo de Madrid (1962) –dedicada al grupo de jóvenes pintores abstractos de la generación de los 50, ligados pronto al Museo de Arte Abstracto de Cuenca, que Nuño retrata en su taller; museo, por otra parte donde ejerció de fotógrafo fundacional lo que le valió, sin duda, el cargo de Conservador honorífico del mismo.
Esta carrera le posiciona de ahora en adelante, además de como un destacado fotógrafo de artistas, como un fotógrafo perteneciente al mundo del arte y la cultura que participa en bienales de prestigio como la de París (1967) o Sao Paulo (1975). En todo este tiempo Nuño se aparta voluntariamente del circuito fotográfico tradicional de las agrupaciones fotográficas, los salones, los concursos sociales, los premios o las revistas especializadas. Sin embargo, colabora en dos hitos fotográficos de la fotografía española: por un lado, en la publicación del primer Anuario de la Fotografía Española en 1958, editado por AFAL, grupo de fotografía almeriense al que pertenece en aquellos momentos. Y, por otro, en la I Muestra de Fotografía Española organizada por la Galería Multitud de Madrid en 1976. Ambos casos resultan excepcionales en su trayectoria, porque en ningún otro momento de su carrera va a vincularse con algún hecho o acontecimiento propio del mundo fotográfico.
La decadencia de Fernando Nuño como fotógrafo coincide con la muerte de Franco. En estos momentos su empresa fotográfica y su vida personal hacen aguas. Sin embargo, una vez más sorprenderá con la publicación de dos libros –Los últimos días de Franco vistos en TVE (1975) y Los primeros días del Rey vistos en TVE (1975)–. Pese a la improvisación que sobrevoló ambas publicaciones, Nuño logra convertir aquellas fotografías realizadas a partir de las imágenes emitidas en directo por TVE en un conjunto de metafotografías sumamente interesantes e intuitivas, que muestran el juego de engaños y confusiones que afectan: por un lado, a las imágenes en sí mismas y por otro, al sentido de la comunicación en razón de su colocación: ‘junto a’, ‘después de’, ‘entre’, ‘con’ o ‘acerca de’. Por ello traspasan el carácter meramente de fotolibro para convertirse en una especie de proposición formal, en un ejercicio práctico con el que investigar sobre la naturaleza de la fotografía y sobre el dilema de la verosimilitud y la falsedad de la realidad visual en ella representada.
En 1978 toma la irrevocable decisión de descolgarse las cámaras del cuello y desaparecer para siempre, cual mago Houdini, del panorama fotográfico profesional así como del circuito artístico expositivo, para reaparecer de forma sorprendente, pocos años después, como propietario y tabernero de la Venta de Alfarnate en Málaga. Durante las tres décadas siguientes llevó una vida de tabernero, relatando de forma épica a los paisanos-as sus amistades famosas y logros profesionales de su “otra vida”.
En 1996, su “nueva vida” acaba. Fallece en el hospital de Vélez, Málaga, lejos de la fotografía, lejos de la mayor parte de sus amistades, fruto de un exilio obligado, de una huida a la desesperada: “La última vez no pude verle”, escribía Manuel Alcántara, “ni hablar con él. Fernando Nuño -al que llamábamos Fernandito cuando apareció en aquel periódico con aquellas fotos- estaba en un recipiente metálico. Un grupo de amigos emocionantes había querido cumplir su deseo. Se esparcieron sus cenizas y ahora son tierras de Alfarnate, junto a su bien amada venta. Uno de los amigos que más he querido en mi vida es ahora tierra de Alfarnate. Junto a la venta”.