En la obra de Manuel Calvo (Oviedo, 1934-Madrid, 2018) está tan presente el influjo de las primeras vanguardias como la fuerte conexión que tuvo con su propio momento histórico. Su quehacer artístico discurre entre su personalidad, su posicionamiento político y su inconformismo, siempre en una búsqueda y revisión constantes. A finales de la década de los cincuenta del pasado siglo se aproxima a la corriente teórica del Arte geométrico, concreto, normativo o como él mismo decía, “como se le quiera llamar”. Estos inicios quedaron marcados por los postulados dogmáticos del grupo Equipo 57, tanto desde el punto de vista formal como ideológico, siendo un colectivo muy cercano del que se bifurcó posteriormente hacia una trayectoria más personal condicionada, entre otras cosas, por su fuerte carácter.
En París formó parte del elenco de la galería Denise René y desde allí conoció de primera mano diferentes corrientes y planteamientos artísticos. En el año sesenta y cuatro expone en Madrid junto a Franz Weissmann y Adolfo Estrada. Simultáneamente participa de un compromiso político antifranquista dictado por el clima de tensión que se acrecienta en el año sesenta y dos a partir de las huelgas de los mineros asturianos, que terminaron con el decreto gubernamental del estado de excepción, el recrudecimiento de la represión y los fusilamientos de tres activistas en el año sesenta y tres. La expresión plástica para la difusión de sus ideales socializantes se plasma en esta época a través de los grabados que retornan hacia una figuración al servicio de la propaganda, con las xilografías de Estampa Popular. Como consecuencia, Manuel Calvo alterna diferentes registros; los cuadros geométricos van a prolongar su existencia unos pocos años junto a unos aparentemente antagónicos xilograbados de expresionismo realista, que ejecuta como vehículo de acceso social. Estos últimos están elaborados mediante una producción mecánica casera y clandestina caracterizada por la precariedad en los medios de estampación.
Los papeles que vemos en esta exposición, del año sesenta y tres, son imágenes que se encuentran a caballo entre las corrientes anteriormente referenciadas; al menos así parece ser desde un punto de vista conceptual, pues confluyen elementos similares a los últimos “geométricos” en blanco y negro, a los “círculos de Calvo” y a una buena parte de la producción de estos llamados “mecánicos” que enlazan con la estampación de láminas, el entintado de planchas y la limpieza de los rodillos; esto es, que parecen surgidos de una reflexión material sobre los procesos de estampado. Y no es casualidad que Manuel Calvo, dotado de un enorme talento e intuición, aproveche estos recursos plásticos que se basan en la experimentación y la búsqueda.
En algunos de los papeles que se exhiben en esta muestra Calvo compone obras mediante la sucesión pintada de estrechas franjas monocromáticas o bicromáticas que se pueden presentar en distinta orientación según las propias indicaciones del artista; las indicaciones manuscritas se hallan presentes en el reverso y son una seña de identidad que se repite en varias obras, apelando a su vez a la complicidad del espectador. Las franjas cromáticas resultan de una sucesión de motivos que se repiten con sutiles variaciones. Invitan a imaginar su recorrido en un espacio continuo que se podría prolongar más allá del marco, como si de un rollo de tejido se tratara, quizás porque su elaboración se ha realizado mediante la presión de un rodillo. La conexión con la apariencia textil de estas obras enlaza con su posterior incursión en la industria de la moda a partir de la creación de estampados para telas.
El corpus creativo de Manuel Calvo se cimentaba igualmente sobre el axioma de “no repetirse a sí mismo”, aunque trabajara infinitas variaciones sobre un mismo tema. Sin importarle el soporte formal, variación – que no repetición – va a ser otro de los ejes de reflexión de toda su obra a lo largo del tiempo, así como el tema central de su cortometraje experimental El 17 de Elvira que, montado en bucle, no terminaba nunca. Estos papeles también parecen fotogramas y como en el cine, se repiten sin repetirse.
Otro tipo de indagaciones plásticas son los frottage que, como aquí se puede ver, se convierten en elegantes texturas grises elaboradas en grafito sobre papel rugoso, en las cuales el caos aparente se ordena pacificando el espacio del dibujo. Mi primera reflexión al verlos y salvando las distancias, se ha dirigido hacia los trabajos sobre papel de Franz Weissmann que todavía se encuentran colgados en las paredes de su casa-taller. Estas obras remiten a la tradición de las primeras vanguardias y al automatismo del trazo compulsivo y expresivo en el que interviene el azar controlado por el artista.
En 1984 tuvo lugar una retrospectiva de Manuel Calvo en su Asturias natal y en el catálogo se recogieron algunas de las obras presentes en la exposición actual. Dos de estas obras formaron parte de la cubierta del propio catálogo, ocupando el lugar privilegiado de la portada y la contraportada. En su interior, las imágenes de los “mecánicos” se acompañaron de unos versos del poeta y diplomático João Cabral de Melo Neto, uno de los cuales dice así:
“El silencio es una tela
que difícil se rasga
y que cuando se rasga
no subsiste rasgada”
Estas obras sugieren infinitud, silencio, ruptura o continuidad.
[Extracto del texto de Luis Magaz Robain, comisario de la exposición]