Irene Buarque

La artista brasileña Irene Buarque (São Paulo, Brasil, 1943), ha desarrollado la práctica totalidad de su carrera en Portugal, donde reside desde el año 1973. Tras estudiar Bellas Artes en São Paulo en la Facultad de Artes Plásticas Fundação Armando Álvares Penteado, se interesa de inmediato por la abstracción geométrica (bajo el magisterio de Maria Bonomi y de Fernando Lemos), experimentando tanto con la pintura como con la obra gráfica; el resultado es un trabajo en el que el color será fundamental a la hora de generar tanto la forma como el espacio.

Buarque va a disfrutar de la inmediata visibilidad de su obra al participar en importantes citas nacionales e internacionales: expone en la IX Bienal de São Paulo de 1967; en una muestra colectiva en la Universidad de Nueva York al año siguiente, o en un proyecto de tesis sobre artistas abstractos y geométricos en el Paço das Artes de su ciudad natal en 1971. También realiza muy pronto su primera exposición individual en la galería paulista Ars Mobile donde expone pinturas acrílicas sobre madera así como serigrafías (1971). En estos encuentros no sólo va a poder profundizar en la obra de los más significativos artistas brasileños del momento, sino que va a coincidir personalmente con muchos de ellos (es reseñable en este sentido la influencia que va a tener en estos primeros años la obra de Amelia Toledo, o del pintor y grabador japonés Kumi Sugai).

Un arranque, pues, con fuerza que respalda la solicitud y adjudicación de una beca de investigación para continuar con su trabajo sobre geometrías en la Fundação Calouste Gulbenkian durante el curso 1973/1974; sin embargo, lo que iba a ser un año se convierte en residencia permanente debido a razones familiares, un cambio vital que va a influir en el desarrollo y producción de su obra. Buarque parte del grado 0 de la imagen, de formas geométricas sencillas como el cuadrado o el triángulo; mantiene en estas obras un sentido constructivo de la superficie a la que en ocasiones fuerza formalmente cuando elige soportes redondos para albergar cubos, o encierra en círculos líneas paralelas o formas cuadrangulares que parecen desplazarse en el espacio hacia sus límites. De hecho, como resultado de la beca lisboeta, Buarque llevará a cabo su intervención Muralhas de Lisboa en los jardines de la fundación en 1975: 19 acrílicos sobre táblex de algo más de un metro de diámetro. A diferencia de su obra brasileña, las pinturas acrílicas que componen esta serie están teñidas de una cierta desazón que tenía tanto un origen personal -la dificultad de comunicación con los lisboetas que la artista había sufrido durante los primeros meses de estancia en la ciudad- pero también contextual: Buarque sobrellevaba con dificultad las limitaciones culturales, de libertades y el aislamiento del resto de Europa del Portugal salazarista. Recordemos que en los años 70 los contextos culturales de las dictaduras ibéricas e iberoamericanas coincidieron con los preceptos conceptuales del Minimal que, a partir de una cierta teatralización y expansión espacial hacía forzosa la participación del espectador o espectadora, un público activo que pasaba de contemplar a ser un usuario de la obra, un público que se introducía físicamente en el espacio de la obra rompiendo la cuarta pared; pero es que además no podemos olvidar la fuerte impronta que dejaron en Brasil los artistas neoconcretos (con algunos de los cuales había coincidido Buarque en la Bienal de 1967), creadores que también subrayaban la relación espacial de la obra con el usuario alimentando en este caso las experiencias subjetivas. De esta manera, con la decisión de situar sus obras fuera del espacio cerrado del cubo blanco, en unos jardines que disfrutaba un público no cautivo, Irene Buarque pareciera defender una obra que caminara acompañando a una sociedad plural. Como ya hemos indicado, en el contexto de una dictadura propiciar la participación poseía en su génesis mecanismos emancipadores y por tanto políticos. José de la Mano, de hecho, ha subrayado que existen diferencias visibles entre las piezas que pintó la artista brasileña antes del levantamiento militar del 25 de abril y las que realiza a posteriori de esta fecha: “En las ocho que pintó antes del estallido, la artista hacía uso de una paleta de tonos más apagados, mientras que las once que pintó después estaban protagonizadas por vivos colores. Fue entonces cuando el rojo entró por primera vez en sus composiciones”.

Otra de las series de Buarque es Um Jardin Bem Fechado; expuesto en la galería Diferença de Lisboa en 1987, viajó un año después al Museu de Arte Contemporânea de São Paulo. Se trata en realidad de una instalación que manifiesta en la original disposición de sus piezas acrílicas en el espacio una propuesta programática renovadora. Desde el punto de vista del formato, estas pinturas se escapan de la tradicional superficie pictórica cuadrangular del lienzo tendiendo a ser estructuras de carácter triangular. Respecto al montaje, las obras bailan sobre la pared jugando unas con otras en una suerte de instalación que presagia las opciones posteriores de la llamada pintura expandida, pero que hunden su tradición expográfica en algunas de las muestras experimentales de las vanguardias históricas. Unas obras de fuertes componentes espaciales que partiendo de un idéntico esquema consiguen, no obstante, generar distintas interpretaciones: podemos leerlas como el encuentro y solapamiento de distintas formas geométricas, pero también como estructuras que parecen desplegarse, moverse, a partir de uso de veladuras y del color en una conformación constructiva del espacio. Una obra sensual en la que se produce una particular fusión: una geometría poética.

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