José Luis Sánchez

El escultor José Luis Sánchez nació en Almansa en 1926, aunque desde su juventud vivió en Madrid, ciudad en la que falleció en el pasado mes de agosto de 2018. A día de hoy, su legado es conocido por guardar una coherencia formal e intelectual que siempre ha estado motivada por representar la esencia de los volúmenes, deshaciéndose de cualquier accesorio. Sus esculturas son una suerte de arquitectura, que el artista modela dando dimensión espacial a sus ideas, con un lenguaje rotundo, pero a la vez delicado. Sin duda, unas de sus mayores fuentes de inspiración fueron sus viajes y las estancias que disfrutó becado en Roma, Milán y París. En estas ciudades visitó un gran número de museos, que le permitieron entrar en contacto tanto con el mundo clásico como con la vanguardia europea de los años 50, marcada por el espíritu del diseño industrial, transversal a todas las artes, que promulgaba la Escuela de la Bauhaus. En estos países conoció también a artistas y arquitectos de renombre y en España trabajó junto a los arquitectos más importantes de la segunda mitad del siglo XX.

Aunque desde niño ya había mostrado cualidades para la escultura (en su pueblo natal tallaba para divertirse maderas y piedras areniscas con una pequeña navaja para darles forma y convertirlas en maquetas de barcos, de muebles o de casas), sus inicios en la práctica profesional fueron posibles solo gracias a su convicción y a su enorme capacidad de trabajo. Para financiar sus estudios de bachillerato J.L. Sánchez entró a trabajar en el Banco Central, donde continuó también mientras cursaba la carrera de Derecho, que estudió animado por sus padres y de la que obtuvo la licenciatura. Sin embargo, lo mejor de aquellos años fueron sus horas en la biblioteca del Ateneo, donde descubrió el atractivo mundo cultural que sus libros y revistas escondían. Al mismo tiempo, para desconectar de las áridas materias de la universidad, iba con sus amigos a pintar acuarelas a los pueblos de Madrid, al Casón del Buen Retiro a copiar yesos o desnudos al Círculo de Bellas Artes. Casi todos ellos -Ruiz Hervás, Pirla, Berrocal, Higueras-, estaban preparando los exámenes de ingreso en la Escuela de Arquitectura y fueron los que le animaron a asistir a las clases del escultor Ángel Ferrant –su maestro– en la Escuela de Artes y Oficios de la calle del Marqués de Cubas, muy próxima al Ateneo. Aquellas clases no solo le proporcionaron un espacio para poder realizar con libertad el oficio de escultor sino que supusieron para él «un remanso en la enseñanza del arte, que en aquellos tiempos estaba condicionada por un academicismo conservador y temeroso de todo contagio vanguardista. Ferrant era un rescoldo de lo que las avanzadillas del arte habían logrado en los años previos a la República».

En 1952, gracias a la beca que obtuvo de la Delegación Nacional de Educación, cumplió su deseo de huir a Europa. Durante tres meses estuvo en la Academia de España en Roma, junto a su amigo Berrocal, y visitó un gran número de museos en distintas ciudades de Italia donde entró en contacto directo con la grandeza del arte del mundo clásico y del Renacimiento, prestando especial atención a las esculturas. Ese mismo año, solicitó también una beca de la Dirección General de Relaciones Culturales para volver a Italia, que le permitió estar presente en la celebración de la X Trienal de Milán a cargo del Pabellón español, donde se presentaban las esculturas de Chillida y las joyas de Dalí. En Milán conoció, entre otros, al arquitecto y diseñador Gio Ponti, fundador en 1928 de la prestigiosa revista Domus, y entabló también gran relación con el arquitecto español Luis Martínez-Feduchi, con el que inició sus primeros encargos a su regreso a Madrid. De manera paralela, participó en exposiciones como Artistas de hoy, la primera de arte abstracto en Madrid, fue invitado a la XXVII Bienal de Venecia y realizó su primera exposición individual en la Sala del Prado del Ateneo de Madrid en el año 1955.

Poco tiempo después tomó rumbo a París, becado por el Instituto francés, junto a Feito y a Farreras, con quien inició una larga amistad que mantuvo hasta el fin de sus días. Durante su estancia en Francia acudió con frecuencia al taller del matrimonio Canivet para aprender cerámica. Allí fue donde conoció a Jacqueline, la hija de sus maestros, con la que se casó y volvió a España en 1957. Durante aquella época recibió encargos de importantes arquitectos, como Miguel Fisac y obtuvo reconocimientos a su obra, como la Medalla de Oro de Escultura en la III Bienal de Arte Cristiano de Salzburgo en 1962. A partir de entonces, empezó a realizar exposiciones y ferias en el extranjero, en ciudades como Bruselas, Oslo, Copenhague, Salónica, Damasco o Lima, llegando a participar en la prestigiosa Feria Mundial de Nueva York de 1964. Formó parte del equipo del Pabellón español diseñado por el arquitecto Javier Carvajal, y realizó una escultura de Isabel la Católica, que actualmente se encuentra frente a la sede de la O.E.A. en Washington. Además, J.L. Sánchez realizó unos murales para la oficina de Turismo Español en la Quinta Avenida y expuso junto a otros artistas en la Galería D’Arcy.

Una de las características que definen el proceso de trabajo de J.L. Sánchez a lo largo de toda su trayectoria es que siempre iniciaba sus creaciones a partir de maquetas a pequeña escala. En la década de los setenta éstas empezaron a ser muy populares y adquiridas por los coleccionistas a través de la galerista Juana Mordó. Actualmente, en la exposición de la Galería José de la Mano se puede contemplar una selección de ellas realizadas en diversos materiales entre los que destaca la madera, el yeso, la piedra y los metales (bronce y aluminio). Además, también se presentan una serie de cajas, a modo de maquetas arquitectónicas, en las que el espacio es definido con gran pulcritud por los distintos elementos que las componen y en las que se aprecia un minucioso control de la perspectiva por parte del artista.

La popularidad de J.L. Sánchez en el mundo galerístico siguió creciendo, especialmente tras su muestra individual en la galería Rayuela de Madrid en 1975. Ese mismo año expuso también en Art Basel y, a partir de entonces, en galería parisina Artcurial y en las Galerías Serie y 4/17 de Madrid, entre otras. A comienzos de la década de los ochenta participó a su vez en las primeras ediciones de la feria ARCO, época en la que ya era muy conocido tras el gran éxito que tuvo su primera retrospectiva en el Palacio de Cristal del Retiro en 1981 (justo después de Chillida y antes de Henry Moore), que lo consolidó como escultor. A nivel académico, obtuvo su mayor reconocimiento cuando fue nombrado miembro numerario de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en el año 1987.

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