Noemí Martínez

La escultora Noemí Martínez (Buenos Aires, 1934) reside en Madrid desde mediados de los años 50 del pasado siglo y, si bien nunca ha dejado de trabajar obras en su estudio, sólo ha realizado tres muestras individuales en su vida; es preciso indicar que las dos últimas exposiciones (en la Galería José de la Mano y en el Centro de Arte Moderno), ambas en Madrid, corresponden a la relectura y puesta en valor que está experimentando su trabajo en los últimos años. En su obra escultórica recurrió al barro y la escayola en los años 50 (una etapa que podemos considerar de aprendizaje y tanteo), al bronce en la década de los 60, hasta llegar a los recientes assemblages presentados el pasado año.

La artista tuvo una formación académica en Bellas Artes, primero en Buenos Aires (Escuelas Nacionales de Bellas Artes Manuel Belgrano y Prilidiano Pueyrredón), para acabar especializándose en San Fernando de Madrid al matricularse en algunas asignaturas, escuela en la que llegaría a doctorarse. En San Fernando establece contactos con artistas informalistas como Lucio Muñoz o Manuel Mampaso, pintor con quien llegaría a casarse. Pero sin duda lo que sería fundamental para la realización de su obra escultórica en esta década y la siguiente, una obra que algunos autores han calificado de abstracción orgánica, es la asistencia a las clases de Ángel Ferrant, artista que le influyó profundamente y en cuya aula conocería a otros creadores de su generación como José Luis Sánchez. Si bien en un principio empieza modelando barro y escayola, en los años 60 pasará a utilizar la antigua técnica del bronce a la cera perdida.

Como ha subrayado Pablo Llorca, la relación con Ferrant no sólo fue fundamental para su trayectoria escultórica, sino que le influyó asimismo para iniciar un camino como docente de arte, primero en el colegio Estilo con alumnos de Enseñanza General Básica y Bachillerato (1965-1984) y más tarde en la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid, en la que entraría como profesora en 1985 y trabajaría hasta su jubilación en 2004. La dedicación de muchas de las artistas de esta época a la educación se conecta con lo que Carol Gilligan denomina la ética del cuidado, es decir, la empatía existente hacia los otros seres humanos; la educación era un ámbito en el que las mujeres llevaban décadas ocupando un lugar central y en el que no tenían los problemas de marginación que sin embargo sí experimentaban en la escena creativa profesional. Y esto es porque la educación se conectaba con su tradicional vínculo al espacio privado, la familia y, por supuesto, a la maternidad. Sin embargo, lo basal en artistas como Noemí Martínez es que se dedicaron a la educación artística como un instrumento de emancipación personal y social que consideraban debía gestarse desde la educación infantil. En este sentido, Martínez ha tenido una fructífera trayectoria docente e investigadora de la que resulta la publicación de innumerables monografías para niños y niñas para la editorial Eneida sobre artistas mujeres como Frida Kahlo, Ana Mendieta o Shirin Neshat en la pasada década; asimismo cuenta con numerosas colaboraciones con Marián López Fernández Cao entre las que podemos reseñar su libro sobre Arteterapia como instrumento de lectura de patologías anímicas (Arteterapia. Conocimiento interior a través de la expresión artística) o un recopilatorio de biografías de artistas latinoamericanas y españolas publicado en los Cuadernos inacabados de la editorial Horas y horas.

La serie que Martínez realizó tras su aprendizaje con Ángel Ferrant se sitúa sin duda en la órbita de la escultura informalista que defendían muchos artistas de su generación en los años 50, como por ejemplo Martín Chirino. Son piezas en las que la materia se hace muy visible, se presenta a sí misma con ecos directos a cómo ha surgido de la tierra: es tosca, áspera y sin limar, respetando su dureza, pero también subrayando su flexibilidad y su capacidad de crear tensiones y generar espacio. En este caso, la idea de dibujo en el espacio, que proviene de una tradición iniciada por Julio González, se transmuta casi en unos pequeños paisajes que fluctúan entre la delicadeza del gesto -la mano está sin duda muy presente, casi como sujeto omitido- y la densidad y solidez de una materia que ejerce una poderosa atracción táctil.

La resonancia natural de la materia escultórica es sin duda un aprendizaje obtenido del magisterio de Ángel Ferrant que Noemí Martínez ha seguido desarrollando en sus series actuales presentadas el pasado año bajo el título Mi estudio; sueños y realidades en el Centro de Arte Moderno de la calle Galileo de Madrid (comisariada por su hija Ana Mampaso Martínez). Para esta serie la artista revisita el surrealismo, concretamente el trabajo de Joseph Cornell, al presentar cajas en las que redefine objetos encontrados en el campo -unos naturales, otros huellas del habitar del ser humano; forja unas construcciones en las que ensambla unos elementos con otros a la búsqueda de nuevas conexiones que, en ocasiones, parecen seres dignos de un gabinete de curiosidades. La referencia, no obstante, sigue siendo la naturaleza: “Una rama es en sí una escultura”, ha declarado.

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