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El retorno de Ángel Duarte

CENTRO DE LA CIUDAD

Lunes por la tarde bajo una luz mortecina de arena caliente, cielo sin nubes pero sin azul, metro Sol con boca abierta a la plaza y al final de la plaza una calle estrecha que serpentea barrio a través, fina línea entre el Madrid céntrico y los rincones más recónditos del barrio de las Letras; vitrinas y vidrieras, coches y turistas, esculturas de ilustres diversos y un empedrado oscuro que recuerda a una ciudad más noble, más picaresca, más imperial. La tarde transita esquivando los tramos más abarrotados de gente, buscando calles estrechas y descendentes, portales de madera maciza que apartan la mirada con gesto poco alentador; paspartús de yeso blanco, teatros, ventanas altas, estrechas, hierro en los barrotes. Alcanzo zigzagueando la plaza del Congreso de los Diputados, el aspecto sólido del neoclasicismo céntrico; Google Maps indica la proximidad de mi destino. El camino que marca el GPS desemboca a los pocos metros en un portal de puertas abiertas, tan altivo como los demás del barrio, elegante y ligeramente teñido por la penumbra. Echo un vistazo a ambos lados de la casa y compruebo la dirección; no parece haber equivocación. Me acerco más y, en efecto: Calle Zorilla, 21, Bajo Derecha. La galería José de la Mano espera al otro lado de la puerta de entrada del portal.

GALERÍA JOSÉ DE LA MANO

El interior del vestíbulo, fugaz de sombras y madera oscura; una apertura a una escalera amplia y curvada entorno a un ascensor antiguo de metal y cristal, unos pocos escalones hasta el primer rellano; por fin, la puerta de la galería. Timbre, escasos segundos de espera; se abre y entro. Inmediatamente me gusta el aspecto pulcro y elegante del lugar, como si de un salón recién estrenado se tratara. Lo hogareño de los techos altos y las ventanas combina perfectamente con el aire formal y ordenado del montaje de la exposición que alberga; pabellones blancos y limpios, paredes vacías, buenísima iluminación de la obra expuesta. Parquet castaño, luz ladeada que sortea los árboles que circundan la casa y acaricia el suelo tímidamente: un lugar perfecto e inusual para una galería.

ÁNGEL DUARTE

La obra que en ella se expone, escultura del artista español Ángel Duarte (1930-2007), construye para el espectador un un espacio de metal y curva donde hundirse con la mirada desde toda perspectiva. Formas equilibradas, serenas, y al mismo tiempo extrañamente expresivas en un material tan introvertido como es el metal; formas que recuerdan, a algunos, al mar, a la vela de barco, a la ola; al espacio, al espiral, a la brecha; a un vacío visual que se torna repentinamente tangible y se convierte en cubo, en triángulo, en diagonal y en cuadrícula bajo la luz blanca de la iluminación directa. Una escultura que expresa el sentimiento artístico de un hombre exiliado de su país, de un medio parisino que contempló el Franquismo desde lejos y apostó por esculpir desde la distancia la injusticia, y aún y todo, la belleza.

Termino de ver la exposición y me despido del lugar; cruzo el rellano, desciendo por los escalones y el portal de entrada y la luz tenue y la plaza del Congreso de los Diputados; cielo sin nubes pero sin azul, portales algo altivos y turistas en las calles; la capital, en su corazón, sonríe; feliz de acoger y exponer nuevamente la obra de un artista al que en otra época, menos noble y menos pícara, exilió. Camino despacio en pos del metro, más despacio, imaginando la sensación de tener prohibido el acceso a estas calles y a este centro y a esta tarde de luz mortecina de arena caliente. Alcanzo la boca del metro, cruzo las paredes de cristal de ‘la tortuga’ de Sol y me dejo absorber por el gentío que valida tickets y abonos y billetes múltiples. El metro me alejará, me cambiará de barrio en cuestión de minutos; pienso que ojalá ese metro nunca alejase tanto que convirtiera una frontera en metal esculpido; que el exilio nunca fuese en este país una forma parecida a la vela de un barco apoyada en la estantería de cualquier piso parisino.

Lunes por la tarde, cerca el atardecer: vuelvo a casa con el sabor que deja en la boca una galería preciosa y la huella de una obra que aún forjada en otro lugar, pertenece sin duda a este.