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Geometría y plexiglás: la apoteosis del metacrilato

El pasado fin de semana, las galerías madrileñas celebraron en APERTURA el inicio conjunto de su nueva temporada expositiva. Como os contábamos, la muestra con la que la Galería José de la Mano  estrena otoño es “Geometría & Plexiglás [circa 1970]”, un proyecto que reúne trabajos de cinco artistas (Alexanco, Ayllón, Luque, Moya y Salamanca) que tienen en común su empleo  del metacrilato, un material hoy más o menos generalizado pero novedoso en nuestros país cuando ellos se decidieron a empezar a utilizarlo, en los años sesenta y setenta. En líneas generales, los autores que lo eligieron se situaban próximos a la corriente de la abstracción geométrica.

No se trata de un material estrictamente moderno: nació en la Segunda Revolución Industrial y la introducción masiva de los plásticos en Europa tuvo lugar acabada la Segunda Guerra Mundial. Entonces recibía el nombre general de plexiglás y fue común su uso como sustituto del vidrio en planchas sin curvar.

Se trata de un producto industrial apto cuando se desea eliminar de las obras terminadas cualquier ápice de la subjetividad de su autor

El salto de la industria al arte del plexiglás llegó de la mano de dos adelantados rusos, Naum Gabo y El Lissitzky, que se sirvieron de él ya en los años veinte y treinta. Más tarde, el belga Vantongerloo elaboró relieves y esculturas con él, como Laszló Moholy-Nagy, que lo utilizó sobre todo mientras fue profesor en la Bauhaus de Weimar y después en Chicago.

En España se introduciría en la esfera artística en la segunda mitad de los años sesenta y el primero en utilizarlo fue el guadalajareño Francisco Sobrino, que desde hace no mucho cuenta con museo propio en su ciudad y que en París sería uno de los fundadores de GRAV (Groupe de recherche d’art visuel). Jorge Oteiza, a inicios de los setenta, lo empleó más discretamente en alguna de sus esculturas abstractas, y, por esas mismas fechas, en 1972, Manuel Ayllón y Diego Moya fueron becados por la Fundación March para estudiar las posibilidades del uso de materiales plásticos en el arte.

Aquellas investigaciones dieron lugar, en la producción de Ayllón, a la construcción de objetos a base de planchas de metacrilato con barras y pernos de acero inoxidable, inspiradas en motores y máquinas; y en la de Moya a la de cajas de metacrilato iluminadas.

José Luis Alexanco, José María Yturralde, Gerardo Delgado, Elena Asins o Soledad Sevilla también serían becados por esa Fundación y todos ellos participaron en el Seminario de Generación Automática de Formas Plásticas, que tuvo lugar entre 1968 y 1972 bajo los auspicios del Centro de Cálculo de la Universidad de Madrid (CCUM). Por esas mismas fechas, y con una voluntad de novedad parecida en cuanto a materiales, se desarrollaron Antes del arte, un proyecto de creación vanguardista impulsado por Vicente Aguilera Cerni en Valencia, en 1968, y la exposición “Nueva Generación”, abierta en Madrid en 1967, conjuntamente en la Sala Amadís y la Galería Edurne, por iniciativa de Juan Antonio Aguirre.

Paulatinamente, y de la mano de estos y otros creadores, el metacrilato y otros materiales industriales, como el acero inoxidable, el aluminio o el acero desplazaron a los materiales tradicionalmente entendidos como propios del Arte con mayúsculas. Muchos autores trabajaron con ellos en obras abstractas de corte geométrico a partir de formas regulares de dos o tres dimensiones basadas en el estudio del espacio y la luz; una minoría, representada en la exposición de José de la Mano por Alexanco, se decantó por la figuración.

Eran varias las ventajas: el metacrilato es más fácil de trabajar que el vidrio y más seguro en cuanto a logro de resultados (ingravidez, transparencias, reflejos…).  Su valor esencial es que permite incorporar luz, directa o reflejada: lo vemos en la escultura de metacrilato y luz realizada en 1976 por Moya para la entrada de las Torres de Colón en Madrid, por encargo del arquitecto Antonio Lamela.

Tiene, además, otras connotaciones: se trata de un producto industrial apto cuando se desea eliminar de las obras terminadas cualquier ápice de la subjetividad de su autor, por su opacidad y por la ausencia obligada de huellas causadas por los procedimientos y herramientas utilizados durante su manipulación. Estamos lejos del informalismo anterior y de la neofiguración entonces incipiente.