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José Luis Sánchez, creador de nuestro paisaje

Probablemente uno de los mayores atractivos de esta exposición sea que cada espectador, cualquiera que sea la ciudad española de la que provenga, reconocerá en alguna de las maquetas aquí reunidas uno de esos grandes murales abstractos que, no sólo forman parte del paisaje urbano de su capital desde siempre, sino que son una de sus principales señas de identidad o, para ser más exactos, de su expansión y modernización durante el Desarrollismo.

Evidentemente, los frisos del Corte Inglés y Galerías Preciados (Bilbao, Madrid…); los vestíbulos de las principales sucursales de bancos (la antigua sede del Banco Zaragozano, hoy Barclays, en Castellana, 81…) y cajas (las famosas puertas de la sede de CajaMadrid en Eloy Gonzalo…); los edificios de viviendas (el conocido portal de Paseo de Moret, 9…); las empresas (RACE, el Loewe de Serrano, la propia sede de ABC…) y organismos públicos (Estación de Santa Justa, Aeropuerto de Barajas, varios ministerios y hospitales…); y las esculturas monumentales (por ejemplo, la que hay bajo las Torres de Colón); pero también esos retablos y vidrieras en las iglesias que los arquitectos de vanguardia construyeron en los sesenta y setenta: «La renovación artística era una labor que requería actuar en los centros de reunión obligatoria de las personas: las iglesias o los colegios, porque a los niños también había que acostumbrarlos a una nueva visión de las cosas, habituarse a una nueva forma de arte que era a su vez una nueva forma de vida». Será este, por cierto, un juego útil además de divertido, ya que en la mayoría de los casos no se ha conseguido identificar el mural al que corresponde la maqueta aquí expuesta.

Artista de arquitectos

Todo esto resulta paradójico porque José Luis Sánchez (Almansa, 1926-Pozuelo de Alarcón, 2018), que tal vez sea el escultor español que más obras singulares tiene en espacios singulares de toda España (especialmente en Madrid, donde hay más de un centenar), es mucho menos conocido que su maestro Ferrant y que la mayoría de sus amigos y coetáneos, desde Farreras hasta El Paso.

 

Dícese que eso se debe a su natural discreto (e incluso hay quien sostiene que le perjudicó tener un apellido tan común), pero seguramente sea precisamente la enorme cantidad de encargos que recibió lo que le mantuvo apartado de esas fiestas y cenáculos en los que urde la fama a golpe de ocurrencia: «No he sido artista de exposiciones, sino de arquitectos. En una ocasión tuve la paciencia de apuntar el nombre de aquellos con los que había trabajado a lo largo de mi carrera y resultaron ser más de un centenar. En una clasificación de mayor a menor intensidad, con los que más he trabajado han sido José Luis Fernández del Amo, Javier Carvajal, Rodolfo García-Pablos, Juan Manuel Ruiz de la Prada y Miguel Fisac».

Difícil imaginar un autor que haya contribuido más a incluir el arte abstracto en el imaginario colectivo

José Luis Sánchez es, como todos los artistas que exponen en esta galería, un escultor enormemente apreciado por sus colegas –y desde luego, por todos los grandes arquitectos españoles–, cuyas obras siempre han agradado al público (de hecho es difícil imaginar un artista que haya contribuido más que él a la penetración del arte abstracto en el imaginario colectivo y el paisaje cotidiano), pero mal situado en la Historia.

Estudia Artes y Oficios en Madrid a principios de los 50, siendo su maestro Ángel Ferrant. Luego va becado a Italia junto a su amigo Berrocal, toma contacto con la escultura contemporánea (Marini, Manzú y especialmente, Pomodoro, cuya huella se aprecia en su obra) y, en Milán, con la arquitectura: trabaja con Gio Ponti, participa en la X Trienal, representa a España en el I Congreso de Diseño Industrial, sienta las bases de su discurso sobre la integración de las artes en la arquitectura y el diseño («Las preocupaciones y ocupaciones que han consumido muchas horas de mi vida se han centrado principalmente en el campo de la integración de las artes, la interdependencia de las mismas y los problemas que suscita el diseño en relación con la sociedad actual»), y, a su vuelta, trabaja con otros artistas (Blasco, Canogar, Vento, Berrocal…) para diversos arquitectos, entre ellos Fernández del Amo.

El mejor homenaje

A partir de ahí, incontables trabajos en Europa y EE.UU., viajes, bienales (Venecia, Alejandría, III Hispanoamericana…), medio centenar de individuales, premios (Bienal de Arte Sacro de Salzburgo, 1962…), exposiciones antológicas (Palacio de Cristal, 1981; Conde Duque, 1998…), clases, conferencias, escritos… Era miembro de la Academia de Bellas Artes de San Fernando y precisamente de la «laudatio», leída por Juan Bordes con ocasión de su fallecimiento, se ha extraído este puñado de citas.

Y, sin embargo, tal vez sea esta cita, que reúne 37 maquetas de pequeño tamaño, la mayoría realizadas en yeso patinado o con otros materiales pobres como el cartón pintado, el mejor homenaje a este artista silencioso. Un laboratorio de ideas delicado y exquisito, impecablemente presentado, en el que se hacen evidentes tanto la vocación arquitectónica del escultor como la organicidad y el misterio de sus características formulaciones, que tan familiares nos resultan a todos y que están grabadas a fuego en nuestro inconsciente óptico.