La Galería José de la Mano abre su temporada artística, siguiendo con su línea expositiva de rescatar figuras olvidadas de las décadas de 1950 y 1960 en España y Latinoamérica. En esta ocasión, con motivo de Apertura2019, presentan el personal lenguaje escultórico de la argentina Noemí Martínez (Buenos Aires, 1934).
La artista, que cursó estudios en su ciudad natal en las Escuelas Nacionales de Bellas Artes Manuel Belgrano y Prilidiano Pueyrredón, muy pronto habría de trasladarse con su familia desde Argentina a España en la década de 1950. Instalada ya en Madrid se matricula en algunas asignaturas de la Escuela de San Fernando, donde entraría en contacto con artistas de la talla de Lucio Muñoz o Manuel Mampaso, con quien finalmente acabaría contrayendo matrimonio. A mediados de los años 50, esta escultura argentina también acudiría a las clases de Ángel Ferrant (1890-1961), que se convertiría en un auténtico referente artístico y docente a lo largo de toda su carrera profesional y donde conocería a otros escultores ya de su generación como José Luis Sánchez. Durante estos años bajo las enseñanzas de Ferrant comenzaría a modelar en barro y escayola, para pasar a interpretar más adelante, ya en la década de 1960, sus obras con la técnica del bronce a la cera perdida, siempre desde unos postulados informalistas. No obstante, y a pesar de que algunas de sus esculturas orgánicas estuvieron presentes en la célebre antológica Mujeres en el Arte Español. 1900-1984 del Centro Cultural Conde Duque de Madrid, la obra de Noemí Martínez había permanecido, sin embargo, como en el caso de otras muchas mujeres, silenciada hasta ahora en la estricta intimidad de su taller.
Pablo Lorca explica que «Sus esculturas informales, muy influidas por lo que entonces estaba de moda entre los artistas más inquietos, son piezas hechas en escayola o bronce, expresivas por cuanto su forma es guiada por el instinto, y también por la relación que el cuerpo establece con el material. El resultado final del conjunto, realizado a lo largo de varios años, tiene una apariencia más áspera que su obra posterior, y una dimensión telúrica –un concepto entonces tan de moda– que tampoco cabrá después. Sin embargo, los elementos que subyacen en ellas tienen vínculos con sus obras siguientes, de los que en realidad nunca se alejará. Entre ellos están el trabajo con los elementos de la naturaleza, la dialéctica entre el instinto o la imaginación y la materia, y la tarea de redefinir ésta.»